El color es una sensación relativa. Una sábana es negra por la noche, y un paraguas negro, al ser iluminado con un foco potente, se ve blanco.
De igual modo, el color de una tela cambia según la intensidad de la luz, las veces que haya sido lavada, la partida con la que fue confeccionada, etc. No hay que preocuparse por ello.
Para pintar bien primero hay que aprender a mezclar colores, y esto implica un conocimiento del círculo cromático o carta de colores.
Este círculo parte de la base que hay tres colores que no se pueden hacer mezclando otros: amarillo, magenta y cian. Estos son los colores primarios, y todos los demás se pueden obtener mezclando esto tres colores.
Los colores primarios forman los segmentos centrales del círculo, y cada uno de los colores del segundo círculo, llamados secundarios, se forman mezclando dos de los primarios.
Con cian y amarillo se consigue el verde; con magenta y cian el morado; y con magenta y amarillo el naranja.
En el tercer círculo están los colores terciarios, que se consiguen mezclando los colores primarios con los colores secundarios, en mayor o menor proporción, consiguiendo así una gama de rojos, azules, verdes, amarillos, marrones, violáceos, etc.
Según esta carta de colores, basta con tener los tres primarios para poder obtener cualquier otro. En realidad se necesitan otros dos más: el negro y el blanco. Al hacer las mezclas, consideraremos el negro como si fuera azul o marrón muy oscuros, y el blanco como un decolorante o simplemente para aclarar.
Rojo y negro.
Estos dos colores son algo más delicados si queremos aclararlos.
Con ellos aplicaremos pocos claros y mezclados con pequeñas proporciones de blanco, o el color tendrá a volverse rosado o gris.
Para dar sombras sobre rojo emplearemos el color carmín. En las zonas más oscuras se puede mezclar con una pizca de verde.
Para aclarar el negro usaremos muy poco de blanco y otro poco de color sepia. Si el acabado negro debe ser brillante (como el cuero, por ejemplo) puede aclararse con mayor libertad empleando gris azulado e incluso pequeños toques de blanco y azul oscuro puros.
La gama de colores que se pueden conseguir utilizando estos cinco es enorme. Y para comprobarlo nada mejor que practicar mezclando algunos colores:
Al preparar colores terciarios normalmente no surgen problemas, pero en ocasiones es difícil mezclar algunos de los secundarios, en especial púrpuras y violetas. Esto ocurre porque los colores que se compran casi nunca son realmente colores primarios. No es probable que los púrpuras se necesiten a menudo, pero en su caso es mejor comprarlo.
Además de ahorrar algo de dinero al no tener que comprar un bote o tubo de cada color que se necesita, el saber cómo mezclar los colores puede resolver los problemas que surgen al empezar a pintar.
Por ejemplo, si un color se vuelve verde al mezclar los colores, seguramente será debido a una mezcla accidental de azul, negro y amarillo, que se puede compensar preparando una nueva mezcla.
Complementarios.
Los colores secundarios son a su vez los complementarios respecto del primario que no interviene en su elaboración. Así, el naranja es complementario del cian; el verde del magenta; el morado del amarillo.
Los colores secundarios son a su vez los complementarios respecto del primario que no interviene en su elaboración. Así, el naranja es complementario del cian; el verde del magenta; el morado del amarillo.
El contraste entre complementarios es muy fuerte, se refuerzan uno al otro cuando aparecen juntos. Cuando se quiera oscurecer un color, en lugar de mezclarlo con el negro lo haremos con su complementario. El negro da mezclas muy sucias con colores puros.
Al mezclar los colores tampoco hay que preocuparse de limpiar el pincel cada vez que se moja en un color diferente. La cantidad de pintura de otro color que deja el pincel es mínima comparada con la del frasco, y la pintura de éste se habrá consumido mucho antes de que pueda verse afectada.
Es imprescindible tener algún tipo de paleta que sirva para mezclar las pinturas y controlar su consistencia.
Por lo que respecta al disolvente, verteremos en un recipiente pequeño la cantidad que se necesite en el momento, que se tirará al acabar de pintar. Esto lo mantendrá limpio en su envase original y asegura que el disolvente que se utilice en cada sesión no se evapore. No hay que preocuparse si el disolvente adquiere algo de color, pues no afectará a la pintura.